“Si se sueña algo bueno no lo
cuentes, que si no, no se hace realidad”, reza la tradición. Tradición que
algún aficionado a la superstición y enemigo del aburrimiento inventó. Y se la
creyeron. Y se la creyó.
Amelia soñó que le heredaban una
casa, así, de la nada, con alberca, un patio grandote, grandote, que la casa
era nueva, que incluía coche y mascota, un perro de esos de difícil pronunciación
y delicado cuidado; ella feliz, reía y lloraba, supongo que de la emoción. Todo
iba bien, casi se le cumple, si no fuera porque Amelia habla dormida.
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