Hay
momentos, pequeños momentos, casi diminutos, que te cambian la vida.
Y
no hablo de momentos como lo son los cumpleaños o como las celebraciones de
vida, graduaciones, aniversarios y todas esas cosas que nos empeñamos por
pagarles peaje al futuro para que de alguna manera nos aseguremos que mañana
tendremos motivos.
No,
no hablo de esos momentos. Hablo de los que no tienen fecha en la memoria, de
los que no se celebran con un pastel ni se vuelven efemérides.
Un
regaño, un raspón de rodillas, una quemada, un beso, una mano en la entrepierna,
un susto, un diagnóstico, un quebrada de hueso o de corazón, una verdad
revelada, una palabra maldicha y bien puesta, una adolescencia, una canción, un
golpe de suerte, un lugar preciso, un colchón.
Tantas
veces te ha cambiado la vida y no te das cuenta, sigues pensando que lo
importante vas recordarlo siempre, y lo realmente importante es eso, que sin
saberlo, un día descubres cuánto te importaba.
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