08 diciembre, 2011

Ensayo de una noche.


Altas, obscuras, redondas horas que tiene la noche. Las horas después de las 12 duran más de 60 minutos, me consta.

Y desde aquí, desde una cama con ventana, se escucha lo de allá afuera, se oye el respirar de los grillos y el ronquido de las calles. Y todo es perfecto. La vida va bien, la resuelvo en dos, tres horas. Los pendientes está listos para ser atendidos según lo planeado. La taquicardia ha disminuido con el último sorbo de coca-cola y las deudas más baratas que tengo las tengo en el banco. Todo va bien según el plan, según el destino (si es que hay uno).

Los problemas más complicados de mi existencia se curan por la madrugada, se resuelven con unos ojos pegados al techo, los míos. Que miran y hurgan de la pupila pa´dentro. Y todo tiene solución, todo es sencillo, el laberinto más enredado tiene salida, que no es otra que la entrada. El dolor más terrible tiene remedio, se llama eutanasia.

Y no, la cama no cabe por la ventana ni viceversa. La cama tiene tatuada mi silueta y me reclama, pero hoy, he decidido no darle gusto, hoy voy a resolver mi existencia de una vez por todas. Como todas las noches. Y sí, una vez más doy con la solución, sólo que la solución una vez me parece muy fácil. Y yo que no creo en lo fácil. Es entonces que caigo en cuentas, que lo mío, lo mío, en realidad es un tema de incredulidad.

Quién me manda tener muchas soluciones de sobra por las noches y no tener los problemas suficientes para darles su lugar.

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