Es un gusto hacer tratos contigo. Pon mucha atención.
Llegas, tomas asiento y esperas tu turno. Va haber una larga fila. No importa si nunca has sido un buen paciente. Espera un poco. Ya. Te toca, es tu turno.
Entras. Es un cuarto vacío y amplio, casi oscuro, salvo por el foco que ilumina el banco de madera de medio metro de altura que verás allá a lo lejos. Sobre el banco hay un trozo de papel con un nombre. Ve y tómalo, sí, es tu nombre. Entérate cómo te llamas de ahora en adelante. OK, respira. Es importante la respiración.
Es hora de pronunciarlo en voz alta, y en cuanto lo hagas vendrán los aplausos. Sí, sé que es tedioso todo el proceso, pero es necesario y así es. Eso no es lo importante. Lo importante es que está cerrado el tema, el papel es tuyo. No importa si no te sientes contento, tienes el protagónico y punto. Además, si estás aquí es por lo que te estoy vendiendo. ¿Qué no?
Luego, viene el protocolo. El director de la obra te pedirá unas palabras en honor a tan memorable e irrepetible momento, y como intuyes lo que se viene, debes afinar la garganta, aspirar hondo y escabullirte por la única salida que me acabas de comprar. No, no hay vuelta de hoja, ya estás aquí, pero si lo haces bien seguro, seguro no falla, garantizado. Tanto, como que te lo digo yo. Ahora sí, ponte atento, sólo tienes que repetir lo que te va eximir de todas tus faltas, el secreto está en convencerlos de que hagas lo que hagas, la culpa no es tuya, y este es el momento. ¿De acuerdo? Bueno, pues es justo ahorita cuando te susurro lo que tienes qué decir:
“Yo sólo soy el que ganó el casting para interpretar a (aquí dices tu nombre completo), el guión ya estaba escrito”.
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